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LA PALABRA INVITA

LA PALABRA INVITA

jueves, 10 de mayo de 2007

¿QUÉ ES LA IGLESIA?

SEGUNDO AÑO CATEQUESIS FAMILIAR

¿QUÉ ES LA IGLESIA?

Nuestro encuentro se verifica en un tiempo en que debemos profundizar nuestra disposición a “seguir a Jesús” continuando, en nuestro mundo temporal, su obra evangelizadora. Si bien cada uno de nosotros recibe un llamado personal, caracterizado por la imposición de un nombre (en el Bautismo) por el cual el Señor nos estará llamando permanentemente, la intención central de ese llamado personal exigirá una respuesta comunitaria: “Les doy un mandamiento nuevo…”; “Vayan y evangelicen…”, “bauticen…”; “permanezcan en mi amor…”; “cuando oren…”; “Padre nuestro…”

Jesús nos hace un llamado personal a la conversión desde el egoísmo individualista a una nueva vida en la comunidad de los hijos de Dios, cuyo signo es la IGLESIA:

1. Jesús nos reúne en su iglesia, como el Buen Pastor, que no desea que su rebaño se disperse.

2. Unirse a la iglesia es unirse a Jesús; Jesús es la vid; la iglesia es la vid; los injertos (los bautizados) deben permanecer unidos a la vid para dar frutos en abundancia.

3. El signo de esta vivencia de la fe en comunidad se expresa en la Eucaristía para cuya celebración nos estamos preparando.

Ambientación: Una imagen de Jesús el Buen Pastor.

ACOGIDA: Saludos: Recibamos a cada uno con el saludo de Jesús Resucitado: “La paz sea contigo”, y preguntémosle a cada uno por su padre, su madre, su esposa o esposo, por sus hijos, hermanos, amigos… etc. Motivamos así una vinculación del individuo a su comunidad de pertenencia inmediata; será una preparación para incorporarlos a la iglesia católica (que significa “universal”).

Podemos reforzar esta disposición a tranquilizarnos interiormente con algún cántico que anime o evoque la vida en comunidad.

Animemos el comienzo de nuestro encuentro, en el mismo sentido de comunidad, con un canto: p.ej.: “Un mandamiento nuevo nos dio el Señor…, que nos amáramos todos como él nos amó…”

ORACIÓN:

Monición: Jesús, cuando nos enseña a orar, nos invita a hacerlo en comunidad: de esta forma él estará en medio de nosotros; hoy queremos decirle que deseamos escuchar su palabra, como familia.

Testimonios: Alguno de los niños/papás es invitado a dar gracias por el don de la familia, de la vida en comunidad, de la iglesia sin las cuales no es posible dar un fruto abundante y permanente.

¡Cuánta paz se nos comunica cuando sabemos que somos importantes para los demás, que ellos nos consideran sus hermanos! Pidamos por nuestra familia, por nuestro grupo de catequesis, por todo el mundo sin exclusiones de ninguna naturaleza, por la iglesia.

Oración: "Te pedimos, Señor, que te unas a nosotros, conforme a tu promesa pues en tu Nombre estamos reunidos, para que sea tu Espíritu de Amor el que nos guíe y fortalezca nuestra fe y anime nuestro deseo de ser solidarios contigo siendo solidarios con toda la humanidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén"


¿Para qué nos reunimos hoy?: Para reflexionar en torno a la experiencia de la vida en comunidad.

    1. DIOS ILUMINA NUESTRA VIDA
  • ¿Qué entendemos por “iglesia”? ¿Cuál es su misión?
  • ¿Qué somos nosotros dentro de la iglesia?
  • ¿Qué ministerios (funciones y tareas) requiere la iglesia para su misión?
  • ¿Cuál es el lugar donde se levanta la iglesia?
  • ¿Cuál es el signo central de la iglesia?
  • ¿Cuál es la relación entre “iglesia” y “matrimonio”? ¿Entre iglesia y Eucaristía?

    Meditemos estas palabras de Jesús, extraídas del evangelio de Juan: Evangelio según San Juan 15,1-8. Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.

    Complementémoslas con esta lectura de parte de la 1ª carta de Pablo a los cristianos de Corinto: “…me han hablado de que hay rivalidades entre ustedes… uno dice: ‘Yo soy de Pablo’, y otro: ‘Yo soy de Apolo’, o ‘Yo soy de Cefas’, o ‘Yo soy de Cristo’. ¿Quieren dividir a Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O fueron bautizados en el nombre de Pablo?”.

    (Toda la 1ª carta a los Corintios es una excelente guía de las conductas que deberían vivirse dentro de la iglesia. Recomendemos, pues, su lectura tranquila y su comprensión en comunidad.)

  • Algunos marcadores de los hechos vistos en los textos sagrados anteriores:

  1. Jesús nos llama a permanecer injertados a él.
  2. La iglesia es una instancia de vida, recibimos a través de ella la gracia, y también la salud.
  3. Jesús promete atender las peticiones de su iglesia.
  4. La iglesia debe ser signo de unidad y de fraternidad, por la que seremos reconocidos como discípulos de Cristo.
  5. Así como la Trinidad Santa conforma un Dios único, el cristiano debe permanecer unido a la iglesia y actuar para que se haga realidad su carácter universal.
  6. Los dones y carismas de cada uno son ministerios para vivirlos en la comunidad de la iglesia. Todos los dones y carismas son necesarios y ninguno vale en plenitud por sí solo.
  7. Familia, Círculo de Amigos, Vecindario, Grupo de Formación y/o Trabajo…, si son iluminados en su quehacer por la Palabra de Jesús, son iglesia.

    1. ¿De qué manera asimilamos en nuestra vida esas enseñanzas?

    Reflexión del grupo:

    • ¿En qué hechos —actuales— basamos nuestro pertenencia a la iglesia?
    • Juzguemos nuestro compromiso de ministros particulares. ¿Existen hoy los problemas denunciados por Pablo como conducta de la iglesia de Corinto?
    • ¿Cuál creemos que es nuestra misión (personal y colectiva) en la iglesia de hoy?
    • ¿Qué pensamos acerca de la invitación a vivir en comunidad?
    • ¿De qué manera podemos ser mensajeros de paz y de la acción del Espíritu?
    • ¿Cómo vivimos AHORA, EN NUESTRA FAMILIA? ¿Es mi familia la iglesia doméstica para vivir nuestra fe?
    • ¿Qué relación se nos ocurre puede existir entre Iglesia y Eucaristía?

    Momento para orar: Se sugiere que se motive a pedirla Espíritu Santo el don de la unidad de las iglesias.

    Compromiso para la semana:

    Compartir en familia las reflexiones hechas en este encuentro y hacer un resumen integrador en torno al tema “La unión con Cristo es la unidad con su iglesia como lugar de encuentro, de oración y de comunión en su Palabra y en la vida sacramental”.

martes, 1 de mayo de 2007

RENOVADOS POR EL ESPÍRITU PARA CAMBIAR EL MUNDO

SEGUNDO AÑO CATEQUESIS FAMILIAR
FICHA DE INTEGRACIÓN ENCUENTROS 6 – 7 — 8

RENOVADOS POR EL ESPÍRITU PARA CAMBIAR EL MUNDO

Nuestro tercer encuentro se verifica en el comienzo de la Quinta Semana de Pascua, preparándonos ya al momento en que el Señor ascenderá hasta la Casa del Padre, momento en que culminará su permanencia (física-humana-tangible) entre nosotros. Y es un tiempo en que debemos prepararnos a gozar de su presencia esencialmente espiritual. Es un tiempo para creer en él sin verlo, y alcanzar esa bienaventuranza de la fe sin pragmatismo advertida al apóstol Tomás. Es un tiempo que, a la vez, nos prepara para confirmar con madurez que creemos en que Jesucristo es el Señor, que se hizo hombre por nosotros, que nos regaló su Palabra —que es la Palabra de su Padre— para que creyendo en ella nos convirtamos a la vivencia plena de su Espíritu, que es, precisamente, espíritu de resurrección, de vida eterna. Esta promesa es universal. Pero requiere de nuestra aceptación a la invitación que él nos hace, aceptar querer cambiarnos, renovarnos y seguirle en la tarea de evangelizar el mundo, de convertir a todo el mundo, a toda la creación. En este encuentro revisaremos tres momentos fundamentales en esta renovación espiritual:
1, Jesús nos regala el bautismo con el que quiere comunicarnos la Vida Nueva que ha brotado con su Muerte y Resurrección.
2. Este regalo conlleva una invitación a comprometernos a una vida unida a él como el Cristo Resucitado que seguirá viviendo en el mundo en nuestra propia vida.
3. Que este compromiso tan grande y de tan enorme responsabilidad no debe atemorizarnos, pues el propio Jesús nos da su Espíritu Santo con una luz y una fuerza que vencerá toda oscuridad y toda adversidad.

Ambientación: Una imagen de Jesús recibiendo el bautismo de Juan en el río Jordán.

ACOGIDA: Saludos: Recibamos a cada uno con el saludo de Jesús Resucitado: “La paz sea contigo”, e invitémosles a saludarse unos a otros con esa misma expresión, recordando que esa es la enseñanza de Jesús, cuando envió a sus discípulos a difundir el Evangelio: “Allí donde lleguéis, saludad deseando la paz…” (cfr. Mt 10,12).
Podemos reforzar esta disposición a tranquilizarnos interiormente con algún cántico ad hoc.

“Evenu Shalom Alehem…”, “La paz esté con vosotros…”

(Que sea en los dos idiomas: en hebreo, que es como lo cantaban en las primeras comunidades cristianas, y en nuestro propio idioma, como un signo de universalidad de este signo fraterno.)

ORACIÓN:

Monición: Jesús Resucitado nos invitó a seguirlo apenas nacimos a la vida; hoy queremos decirle que deseamos escuchar su palabra, poniendo paz en nuestro interior, y deseando la paz a nuestros prójimos, pues muchas veces él se vale de nosotros mismos para comunicar su verdad a quienes la buscan con corazón sincero.

Testimonios: Alguno de los niños/papás es invitado a dar gracias por el este don de la paz sin la cual no es posible escuchar y entender con claridad la palabra de Dios.

Oración: Nos imaginamos lo hermoso que sería sentirnos en paz, armonía y amistad con nosotros mismos y con los demás. “Oración simple”, atribuida a San Francisco.

¿Para qué nos reunimos hoy?: Para escuchar nuestras reflexiones en torno a la experiencia del Espíritu Santo actuando en nuestras vidas.

I. DIOS ILUMINA NUESTRA VIDA

  • ¿Qué es para nosotros el Espíritu Santo?
  • ¿Cuándo hemos recibido el Espíritu Santo? ¿En qué signos y sacramentos está presente?
  • ¿Qué recordamos del sacramento del bautismo? ¿Qué es el bautismo?

Recordemos estas palabras de Jesús, ya vistas en nuestro anterior encuentro: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.” (Jn 20,21-22). También en el Evangelio encontramos estas palabras de Jesús: “El que crea y se bautice, se salvará…” (Mc 16,16). Y también éstas: “Vayan… y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes hasta el fin de la historia.” (Mt 28,19-20).
(Información adicional: Es conveniente leer el Capítulo 3 del Evangelio de Mateo, que nos presenta el anuncio de Juan el bautista y el propio bautismo de Jesús).

  • Algunos marcadores de los hechos vistos en los textos sagrados anteriores:

1. Jesús se somete como uno más, al llamado de Juan a la conversión, mediante el bautismo del agua.
2. Juan ha anunciado que Jesús traerá un bautismo de Espíritu Santo y fuego.
3. Jesús ratifica los dichos de Juan de que sólo quien crea (se convierta) y se bautice se salvará.
4. Jesús nos designa sus continuadores en la Evangelización y en el Bautismo.
5. Jesús nos da su paz y nos comunica su Espíritu, es el mismo Espíritu que se manifiesta sobre Jesús en el Jordán.
6. Jesús nos llama a confiar en Él.
7. Jesús, el Cristo Viviente, nos comunica su propia vida resucitada.

II. ¿De qué manera asimilamos en nuestra vida esas enseñanzas?

Reflexión del grupo: (Ayudarse con las pauta de “Dios ilumina nuestras vidas” de las pág. 23 y 25 Guión del Catequista de “Al encuentro del Dios vivo”)

  • ¿En qué hechos —actuales— validamos nuestro compromiso bautismal?
  • ¿Cuál creemos que es nuestra misión (personal y colectiva) en la evangelización del mundo de hoy?
  • ¿Qué pensamos acerca de la invitación a la conversión?
  • ¿De qué manera podemos ser mensajeros de paz y de la acción del Espíritu?
  • ¿Cómo vivimos AHORA, EN NUESTRA FAMILIA? ¿Vivimos en paz o en discordia?
  • ¿Qué relación se nos ocurre puede existir entre el Espíritu de Cristo y la Eucaristía?

Momento para orar: Se sugiere que se motive a pedir el don de la paz que comunica el Espíritu Santo en los hechos cotidianos.

Compromiso para la semana:

Compartir en familia las reflexiones hechas en este encuentro y hacer un resumen integrador en torno al tema “La Paz que nos comunica el Espíritu de Jesús será desde ahora el signo de convivencia familiar”, y cumplir las tareas del Cuaderno del Niño correspondientes a los encuentros 6, 7 y 8.

viernes, 20 de abril de 2007

NUESTRO DIOS TIENE UN CORAZÓN DE CARNE

Meditación de S.S. Benedicto XVI al concluir el Vía Crucis del Coliseo en la noche del Viernes Santo 2007.
(Tomado de CatholicNet)

Queridos hermanos y hermanas:

Siguiendo a Jesús en el camino de su pasión, vemos no sólo la pasión de Jesús, sino que también vemos a todos los que sufren en el mundo. Y esta es la profunda intención de la oración del Vía Crucis: abrir nuestros corazones, ayudarnos a ver con el corazón.

Los Padres de la Iglesia consideraron como el pecado más grande del mundo pagano su insensibilidad, su dureza de corazón, y les gustaba mucho la profecía del profeta Ezequiel: «quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Ezequiel 36, 26). Convertirse a Cristo, hacerse cristiano, quería decir recibir un corazón de carne, un corazón sensible a la pasión y al sufrimiento de los demás.

Nuestro Dios no es un Dios lejano, intocable en su beatitud. Nuestro Dios tiene un corazón, es más, tiene un corazón de carne. Se hizo carne precisamente para poder sufrir con nosotros y estar con nosotros en nuestros sufrimientos. Se hizo hombre para darnos un corazón de carne y despertar en nosotros el amor por los que sufren, por los necesitados.

Recemos en estos momentos al Señor por todos los que sufren en el mundo, pidamos al Señor que nos dé realmente un corazón de carne, que nos haga mensajeros de su amor no sólo con palabras, sino con toda nuestra vida. Amén.


Comentario del diácono:

En mis momentos de reflexión de hoy, he encontrado muy pertinente los pensamientos del Santo Padre en torno a los sufrimientos de Cristo en el camino de su pasión. Si bien casi siempre nos quedamos en la periferia del significado de las enseñanzas, asumiéndolas como algo genérico que guardamos a beneficio de inventario con un : "sí, tal vez alguna vez pudiera ocurrirme a mí", o con una tibia constatación de que algo así está ocurriendo, pero lejos de nosotros: "¡Ah, pobre gente!" Estos son signos de que efectivamente nuestro corazón es de piedra y no de carne. Dejamos pasar los acontecimientos como si fueran ajenos a nosotros, así si estos nos afectan directamente o suceden a nuestro alrededor próximo o distante. No somos capaces de visualizarlos con una conciencia crítica; cuando más, encontraremos una justificación a nuestra actitud con un resignado (¡uf, qué alivio!) "esto es algo acerca de lo cual nada puedo yo hacer". Ésa es nuestra dureza de corazón. Y de mollera, claro. Si no somos capaces de creer por las palabras de Jesús al menos deberíamos creer por las obras. Las obras están y se dan caleta de veces, a cada instante, sólo que somos incapaces de internalizarlas para reconocer en ellas la intervención providencial de Dios. ¿Falta de espíritu o falta de entendimiento? Yo digo que ambas. Y en ese contexto se daba, especialmente en los tiempos de Jesús, cuando se pensaba que la inteligencia era una función que estaba radicada en el corazón. Así, expresar que se tenía un corazón duro como la piedra, significaba, además, lo mismo que ahora cuando le decimos a alguien que tiene cabeza de alcornoque. El corazón de piedra de los apóstoles les impidió comprender la profunda realidad de los acontecimientos que compusieron la vida, la palabra, la pasión, muerte y resurrección del Señor. Y fue sólo al influjo del propio Espíritu del Señor que ese corazón se trocó en un corazón de carne, es decir, sensible aún a los más pequeños estímulos. Podríamos afirmar que con la Resurrección no sólo concluyó definitivamente la vinculación del hombre con la antigua ley, sino que, además, en el corazón quedó radicado, como su único dominio, el amor, la sensibilidad particular que nos incita a aproximarnos a quien sufre, aunque no sea más que por simple curiosidad o simpatía, y que nos abre las puertas al conocimiento del otro... y llegar así a amarlo, en la forma en que solemos expresarlo para demostrar nuestra absoluta disposición, "hasta las últimas consecuencias"; es claro que para Jesús las últimas consecuencias significan no menos que "dar la vida por el que se ama". ¿Es racional esta posición extrema? Ya sabemos que desde sus comienzos el amor cristiano ha sido tildado como una locura. ¡Hermosa y sublime locura a cuya inteligencia se ha llegado por la sangre de Cristo que, por la Eucaristía, puede ahora fluir de nuestro corazón cargada de afectividad, para animar cada gesto de nuestro cuerpo y cada pensamiento de nuestro cerebro! Allí, en esa locura, está el nuevo nexo que se establece entre nuestro corazón de carne y nuestra cabeza de alcornoque, árbol que se torna dócil y flexible al beber la savia rejuvenecedora que nos comunica nuestra propia resurrección: una vida nueva! Y sin movernos de nuestro escritorio.

RESPÓNDAME, POR FAVOR...! Respuestas a una niña

1) ¿Qué valores le entrega su carrera (diaconado)?
  • Antes de nada, debes tener en cuenta que esta profesión no es como las otras profesiones. Es de ejercicio libre y voluntario, pero hay una dependencia de un Patrón que está permanentemente observando qué hacemos y cómo lo hacemos. No es remunerado con un salario, pero se obtienen a cambio muchas compensaciones espirituales que, a la larga, redundan en la calidad de los beneficios materiales (recibidos como "sobre sueldos", je-je!). De esta condición laboral, se disfrutan los siguientes valores (entre otros):
  • espíritu de servicio: que es muy propio del diácono (que, en griego, significa "el que sirve")
  • espíritu de pobreza: pues el servicio del diácono debe ser gratuito para quienes lo reciben
  • espíritu de solidaridad: es un servicio que supone hacer míos las necesidades y carencias de los demás
  • espíritu de fraternidad: pues en el conocimiento del otro uno descubre cuán semejante es a uno mismo y cómo son de comunes los destinos y las angustias que surgen en el camino
  • espíritu de superación y de crecimiento: pues siempre debemos estar dispuestos a mejorar nuestra capacidad de servicio para así cumplir de la mejor forma posible nuestro trabajo
  • espíritu de paciencia y de constancia: pues casi nunca los resultados de nuestro servicio se producen de inmediato
  • espíritu de desprendimiento y de abnegación: pues siempre deberemos estar dispuestos a renunciar a bienes o derechos personales si ellos dificultan nuestra labor de servir a quien lo necesita.
En fin, todo esto potencia un gran y central valor: amarse a uno mismo y amar a los demás de una forma similar.

2) ¿Ha tenido alguna desilusión con respecto a su carrera?
  • Sí; pues como soy simplemente un hombre, casi siempre espero resultados espectaculares de mi trabajo. Y como no hay tales resultados espectaculares, a menudo caigo en la decepción.
3) ¿Cómo ha sido el trayecto de su carrera?
  • Digo que esencialmente azaroso, pues ha estado jalonado de alegrías y tristezas; de auxilios inesperados y de largos períodos de soledad e incertidumbre.
4) ¿Cuál ha sido su mayor decisión? ¿Le tomó mucho tiempo esta decisión?

La mayor decisión que he tomado —pues cambió mi vida para siempre— fue la de aceptar el llamado o invitación a ser un diácono. Esta invitación llegó repentinamente, inesperadamente; y la decisión de aceptarla fue igualmente rápida: según algunos, actué precipitadamente. Con el tiempo, uno entiende que un llamado o invitación de esta especie no es para ser meditado y darle vueltas y vueltas: se toma o se deja. Y cualquiera que sea la decisión, ésta es para siempre.

5) ¿Por qué decidió ser diácono?
  • Hoy pienso que fue por simple vanagloria, por sentirme más capaz que otros para cambiar tanta cosa mala que creía existía en el mundo. Presumía que, de acuerdo con aquello que se dice de que "en el país de los ciegos el tuerto es rey", ser diácono era como un traje a mi medida y merecimiento. Pero, desde los primeros pasos, entendí que talvez Dios llama al diaconado no a quienes tienen más para dar sino a quienes tenemos mucho que recibir.
6) ¿Qué sintió cuando le dijeron que era diácono?
  • ¡Ah! Como en aquella época era todavía muy lolo, traducido al lenguaje de los lolos de hoy, ganas de gritar: "¡Toma, cachito de goma!". De puro vanidoso, no más. ¿Te imaginai lo que es ser el primero en recibir un título profesional de estas características? Como dirían ahora, me sentí "la raja" ; pero pronto aprendí que no era para sentirse así, pues ya en las primeras tareas ministeriales tuve que reconocer que era caleta de indigno. Y aún sigo siéndolo: "siervo inútil… capaz de hacer nada más que lo que tengo que hacer". Nada extraordinario. Más bien, corrientoncito.
7) ¿Qué antivalores ha notado en su carrera?
  • ¡Puf! Creo que, como a San Juan, me faltaría espacio para enumerarlos. Tanto en lo personal, como en la iglesia misma y, desde luego, en el mundo circundante: egoísmo, personalismo, envidia, rencor, animosidad, incomprensión, afán de notoriedad, de poder, ambiciones materiales… Mejor no sigamos, ¿ya?
8) ¿Qué lo incentivó a ser diácono?
  • Tuve modelos de buenos servidores muy próximos: mi familia, en la que descollaron mis padres, siempre atentos a las necesidades de los demás y dispuestos a extender sus manos auxiliadoras. También los amigos que tuve (Sigisfredo, Juan Alberto, Luchín, la Chila, Alicia, Berenice, ¡la señorita Ita —quien me enseñó a leer y a escribir cuando tenía yo sólo cuatro añitos— y su hermana la Esperancita!, mis profesores doña Berta, doña Alicia (de quien estaba yo enamorado ya a mis 7 años), don Pedro (marxista y ateo, pero ¡qué buen cristiano, sin saberlo él!), el señor Barbieris (mi paternal profesor de francés, siempre alternando su cátedra con la transmisión de valores), don Ítalo (mi profesor de Física y Matemática, amistoso y jovial dentro de su italiana estructura de gigante), la Estercita (¡ah, que linda era, mi profesora de Castellano y Literatura, qué suerte tuve de pololear con ella en mi último año de estudiante de educación media en el Liceo Nocturno); el Padre Alfredo, el cura Bernardino, el padre Gonzalo, los padres Juan y Nelson…, el arzobispo don Alberto Rencoret, ¡y especialmente el padre Benedicto, tan querido y recordado!, las monjitas franciscanas —la Panchita, la Atiliana, la Jesuina, la Rosa María y la María Rosa—. Más cercanamente, mi esposa y su querida familia gracias a ella, doña Pepita, y mis cuatro hijos pequeñitos en esa época pero igual de buenos enseñadores… En, fin, la lista es larga, larguísima, caleta de modelos, como puedes ver: ¿qué podía hacer sino contagiarme de su espíritu de servicio sin medida?
9) Una pequeña autobiografía de usted como diácono y persona.
  • Nací en San Miguel (Santiago) el día de difuntos de 1941; mi padre, Ángel Custodio, obrero agrícola en aquella época, emigrante en busca de mejores horizontes laborales en la gran ciudad, ya era padre de mis dos hermanas mayores —Elsa e Hilia— nacidas del matrimonio con mi madre, Rosalba a la que había conocido en la ciudad de Los Ángeles cuando ella era nana en la casa de sus patrones. A mi madre no la conocí, pues murió a los pocos días de haber yo nacido (pero no por mi culpa, ¿eh?). A cambio de ella, tuve a la mamá Yuda, segunda esposa de mi padre, con la que el viejo se casó cuando yo no tenía aún un año: imagino que de ese matrimonio sí fui yo en gran medida responsable (mi papá no sabía cómo cambiarme los pañales). Tuve siete hermanos más: cuatro fueron mujeres, una ya fallecida. Estudié en Santiago, en la Escuela República de Colombia, y la educación media (Humanística en esos tiempos) en los Liceos Diego Portales, de Hombres Nº 6, y finalicé mis estudios en el Instituto-Liceo Nocturno de San Miguel mientras trabajaba como empleado de ventas en la misma curtiembre en que mi padre era obrero especializado. Careciendo de recursos económicos para seguir estudios universitarios, obtuve un empleo como auxiliar administrativo en la tesorería provincial de Llanquihue, en Puerto Montt, en 1960, el año del terremoto. Aquí conocí a mi esposa, doña Pepita, cuando ambos colaborábamos en la Juventud Estudiantil Católica (JEC). Nos casamos en 1963. Tenemos cuatro hijos, de cuyos matrimonios hemos recibido 11 nietos más otro que viene en camino. Después de varios intentos de terminar carreras universitarias (obstetricia, ingeniería en alimentos marinos, administración) logré, ya harto viejito, mi título de Profesor de Estado en la universidad de Playa Ancha (UPLA). Durante la realización del Concilio Vaticano II, fui invitado por el arzobispo don Alberto Rencoret a integrar como secretario la Comisión del Primer Sínodo Arquidiocesano, junto al Padre Piccardo, sor Atiliana y sor Francisca (la Panchita), franciscanas, y don Alfredo Espinosa, que era Redactor de El Llanquihue. En 1970 fui llamado por el arzobispo Rencoret para el diaconado permanente, restablecido por el Concilio. Fui ordenado el 24 de mayo de 1970 por el mismo arzobispo Rencoret junto al Padre Piccardo, en la Parroquia San Alberto de Crucero, siendo párroco Juanito Espinoza. Como diácono me ha correspondido prestar servicios en distintas parroquias y comunidades. El servicio más prolongado (25 años) ha sido en la Casa San José, junto al fallecido Padre Benedicto Piccardo. Allí sigo aún, con la gracia de Dios y la paciencia (santa paciencia) de las monjitas del San José, y colaborando en la catequesis familiar del Colegio Arriarán Barros.