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LA PALABRA INVITA

LA PALABRA INVITA

jueves, 10 de mayo de 2007

¿QUÉ ES LA IGLESIA?

SEGUNDO AÑO CATEQUESIS FAMILIAR

¿QUÉ ES LA IGLESIA?

Nuestro encuentro se verifica en un tiempo en que debemos profundizar nuestra disposición a “seguir a Jesús” continuando, en nuestro mundo temporal, su obra evangelizadora. Si bien cada uno de nosotros recibe un llamado personal, caracterizado por la imposición de un nombre (en el Bautismo) por el cual el Señor nos estará llamando permanentemente, la intención central de ese llamado personal exigirá una respuesta comunitaria: “Les doy un mandamiento nuevo…”; “Vayan y evangelicen…”, “bauticen…”; “permanezcan en mi amor…”; “cuando oren…”; “Padre nuestro…”

Jesús nos hace un llamado personal a la conversión desde el egoísmo individualista a una nueva vida en la comunidad de los hijos de Dios, cuyo signo es la IGLESIA:

1. Jesús nos reúne en su iglesia, como el Buen Pastor, que no desea que su rebaño se disperse.

2. Unirse a la iglesia es unirse a Jesús; Jesús es la vid; la iglesia es la vid; los injertos (los bautizados) deben permanecer unidos a la vid para dar frutos en abundancia.

3. El signo de esta vivencia de la fe en comunidad se expresa en la Eucaristía para cuya celebración nos estamos preparando.

Ambientación: Una imagen de Jesús el Buen Pastor.

ACOGIDA: Saludos: Recibamos a cada uno con el saludo de Jesús Resucitado: “La paz sea contigo”, y preguntémosle a cada uno por su padre, su madre, su esposa o esposo, por sus hijos, hermanos, amigos… etc. Motivamos así una vinculación del individuo a su comunidad de pertenencia inmediata; será una preparación para incorporarlos a la iglesia católica (que significa “universal”).

Podemos reforzar esta disposición a tranquilizarnos interiormente con algún cántico que anime o evoque la vida en comunidad.

Animemos el comienzo de nuestro encuentro, en el mismo sentido de comunidad, con un canto: p.ej.: “Un mandamiento nuevo nos dio el Señor…, que nos amáramos todos como él nos amó…”

ORACIÓN:

Monición: Jesús, cuando nos enseña a orar, nos invita a hacerlo en comunidad: de esta forma él estará en medio de nosotros; hoy queremos decirle que deseamos escuchar su palabra, como familia.

Testimonios: Alguno de los niños/papás es invitado a dar gracias por el don de la familia, de la vida en comunidad, de la iglesia sin las cuales no es posible dar un fruto abundante y permanente.

¡Cuánta paz se nos comunica cuando sabemos que somos importantes para los demás, que ellos nos consideran sus hermanos! Pidamos por nuestra familia, por nuestro grupo de catequesis, por todo el mundo sin exclusiones de ninguna naturaleza, por la iglesia.

Oración: "Te pedimos, Señor, que te unas a nosotros, conforme a tu promesa pues en tu Nombre estamos reunidos, para que sea tu Espíritu de Amor el que nos guíe y fortalezca nuestra fe y anime nuestro deseo de ser solidarios contigo siendo solidarios con toda la humanidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén"


¿Para qué nos reunimos hoy?: Para reflexionar en torno a la experiencia de la vida en comunidad.

    1. DIOS ILUMINA NUESTRA VIDA
  • ¿Qué entendemos por “iglesia”? ¿Cuál es su misión?
  • ¿Qué somos nosotros dentro de la iglesia?
  • ¿Qué ministerios (funciones y tareas) requiere la iglesia para su misión?
  • ¿Cuál es el lugar donde se levanta la iglesia?
  • ¿Cuál es el signo central de la iglesia?
  • ¿Cuál es la relación entre “iglesia” y “matrimonio”? ¿Entre iglesia y Eucaristía?

    Meditemos estas palabras de Jesús, extraídas del evangelio de Juan: Evangelio según San Juan 15,1-8. Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.

    Complementémoslas con esta lectura de parte de la 1ª carta de Pablo a los cristianos de Corinto: “…me han hablado de que hay rivalidades entre ustedes… uno dice: ‘Yo soy de Pablo’, y otro: ‘Yo soy de Apolo’, o ‘Yo soy de Cefas’, o ‘Yo soy de Cristo’. ¿Quieren dividir a Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O fueron bautizados en el nombre de Pablo?”.

    (Toda la 1ª carta a los Corintios es una excelente guía de las conductas que deberían vivirse dentro de la iglesia. Recomendemos, pues, su lectura tranquila y su comprensión en comunidad.)

  • Algunos marcadores de los hechos vistos en los textos sagrados anteriores:

  1. Jesús nos llama a permanecer injertados a él.
  2. La iglesia es una instancia de vida, recibimos a través de ella la gracia, y también la salud.
  3. Jesús promete atender las peticiones de su iglesia.
  4. La iglesia debe ser signo de unidad y de fraternidad, por la que seremos reconocidos como discípulos de Cristo.
  5. Así como la Trinidad Santa conforma un Dios único, el cristiano debe permanecer unido a la iglesia y actuar para que se haga realidad su carácter universal.
  6. Los dones y carismas de cada uno son ministerios para vivirlos en la comunidad de la iglesia. Todos los dones y carismas son necesarios y ninguno vale en plenitud por sí solo.
  7. Familia, Círculo de Amigos, Vecindario, Grupo de Formación y/o Trabajo…, si son iluminados en su quehacer por la Palabra de Jesús, son iglesia.

    1. ¿De qué manera asimilamos en nuestra vida esas enseñanzas?

    Reflexión del grupo:

    • ¿En qué hechos —actuales— basamos nuestro pertenencia a la iglesia?
    • Juzguemos nuestro compromiso de ministros particulares. ¿Existen hoy los problemas denunciados por Pablo como conducta de la iglesia de Corinto?
    • ¿Cuál creemos que es nuestra misión (personal y colectiva) en la iglesia de hoy?
    • ¿Qué pensamos acerca de la invitación a vivir en comunidad?
    • ¿De qué manera podemos ser mensajeros de paz y de la acción del Espíritu?
    • ¿Cómo vivimos AHORA, EN NUESTRA FAMILIA? ¿Es mi familia la iglesia doméstica para vivir nuestra fe?
    • ¿Qué relación se nos ocurre puede existir entre Iglesia y Eucaristía?

    Momento para orar: Se sugiere que se motive a pedirla Espíritu Santo el don de la unidad de las iglesias.

    Compromiso para la semana:

    Compartir en familia las reflexiones hechas en este encuentro y hacer un resumen integrador en torno al tema “La unión con Cristo es la unidad con su iglesia como lugar de encuentro, de oración y de comunión en su Palabra y en la vida sacramental”.

RESPÓNDAME, POR FAVOR...! Respuestas a una niña

1) ¿Qué valores le entrega su carrera (diaconado)?
  • Antes de nada, debes tener en cuenta que esta profesión no es como las otras profesiones. Es de ejercicio libre y voluntario, pero hay una dependencia de un Patrón que está permanentemente observando qué hacemos y cómo lo hacemos. No es remunerado con un salario, pero se obtienen a cambio muchas compensaciones espirituales que, a la larga, redundan en la calidad de los beneficios materiales (recibidos como "sobre sueldos", je-je!). De esta condición laboral, se disfrutan los siguientes valores (entre otros):
  • espíritu de servicio: que es muy propio del diácono (que, en griego, significa "el que sirve")
  • espíritu de pobreza: pues el servicio del diácono debe ser gratuito para quienes lo reciben
  • espíritu de solidaridad: es un servicio que supone hacer míos las necesidades y carencias de los demás
  • espíritu de fraternidad: pues en el conocimiento del otro uno descubre cuán semejante es a uno mismo y cómo son de comunes los destinos y las angustias que surgen en el camino
  • espíritu de superación y de crecimiento: pues siempre debemos estar dispuestos a mejorar nuestra capacidad de servicio para así cumplir de la mejor forma posible nuestro trabajo
  • espíritu de paciencia y de constancia: pues casi nunca los resultados de nuestro servicio se producen de inmediato
  • espíritu de desprendimiento y de abnegación: pues siempre deberemos estar dispuestos a renunciar a bienes o derechos personales si ellos dificultan nuestra labor de servir a quien lo necesita.
En fin, todo esto potencia un gran y central valor: amarse a uno mismo y amar a los demás de una forma similar.

2) ¿Ha tenido alguna desilusión con respecto a su carrera?
  • Sí; pues como soy simplemente un hombre, casi siempre espero resultados espectaculares de mi trabajo. Y como no hay tales resultados espectaculares, a menudo caigo en la decepción.
3) ¿Cómo ha sido el trayecto de su carrera?
  • Digo que esencialmente azaroso, pues ha estado jalonado de alegrías y tristezas; de auxilios inesperados y de largos períodos de soledad e incertidumbre.
4) ¿Cuál ha sido su mayor decisión? ¿Le tomó mucho tiempo esta decisión?

La mayor decisión que he tomado —pues cambió mi vida para siempre— fue la de aceptar el llamado o invitación a ser un diácono. Esta invitación llegó repentinamente, inesperadamente; y la decisión de aceptarla fue igualmente rápida: según algunos, actué precipitadamente. Con el tiempo, uno entiende que un llamado o invitación de esta especie no es para ser meditado y darle vueltas y vueltas: se toma o se deja. Y cualquiera que sea la decisión, ésta es para siempre.

5) ¿Por qué decidió ser diácono?
  • Hoy pienso que fue por simple vanagloria, por sentirme más capaz que otros para cambiar tanta cosa mala que creía existía en el mundo. Presumía que, de acuerdo con aquello que se dice de que "en el país de los ciegos el tuerto es rey", ser diácono era como un traje a mi medida y merecimiento. Pero, desde los primeros pasos, entendí que talvez Dios llama al diaconado no a quienes tienen más para dar sino a quienes tenemos mucho que recibir.
6) ¿Qué sintió cuando le dijeron que era diácono?
  • ¡Ah! Como en aquella época era todavía muy lolo, traducido al lenguaje de los lolos de hoy, ganas de gritar: "¡Toma, cachito de goma!". De puro vanidoso, no más. ¿Te imaginai lo que es ser el primero en recibir un título profesional de estas características? Como dirían ahora, me sentí "la raja" ; pero pronto aprendí que no era para sentirse así, pues ya en las primeras tareas ministeriales tuve que reconocer que era caleta de indigno. Y aún sigo siéndolo: "siervo inútil… capaz de hacer nada más que lo que tengo que hacer". Nada extraordinario. Más bien, corrientoncito.
7) ¿Qué antivalores ha notado en su carrera?
  • ¡Puf! Creo que, como a San Juan, me faltaría espacio para enumerarlos. Tanto en lo personal, como en la iglesia misma y, desde luego, en el mundo circundante: egoísmo, personalismo, envidia, rencor, animosidad, incomprensión, afán de notoriedad, de poder, ambiciones materiales… Mejor no sigamos, ¿ya?
8) ¿Qué lo incentivó a ser diácono?
  • Tuve modelos de buenos servidores muy próximos: mi familia, en la que descollaron mis padres, siempre atentos a las necesidades de los demás y dispuestos a extender sus manos auxiliadoras. También los amigos que tuve (Sigisfredo, Juan Alberto, Luchín, la Chila, Alicia, Berenice, ¡la señorita Ita —quien me enseñó a leer y a escribir cuando tenía yo sólo cuatro añitos— y su hermana la Esperancita!, mis profesores doña Berta, doña Alicia (de quien estaba yo enamorado ya a mis 7 años), don Pedro (marxista y ateo, pero ¡qué buen cristiano, sin saberlo él!), el señor Barbieris (mi paternal profesor de francés, siempre alternando su cátedra con la transmisión de valores), don Ítalo (mi profesor de Física y Matemática, amistoso y jovial dentro de su italiana estructura de gigante), la Estercita (¡ah, que linda era, mi profesora de Castellano y Literatura, qué suerte tuve de pololear con ella en mi último año de estudiante de educación media en el Liceo Nocturno); el Padre Alfredo, el cura Bernardino, el padre Gonzalo, los padres Juan y Nelson…, el arzobispo don Alberto Rencoret, ¡y especialmente el padre Benedicto, tan querido y recordado!, las monjitas franciscanas —la Panchita, la Atiliana, la Jesuina, la Rosa María y la María Rosa—. Más cercanamente, mi esposa y su querida familia gracias a ella, doña Pepita, y mis cuatro hijos pequeñitos en esa época pero igual de buenos enseñadores… En, fin, la lista es larga, larguísima, caleta de modelos, como puedes ver: ¿qué podía hacer sino contagiarme de su espíritu de servicio sin medida?
9) Una pequeña autobiografía de usted como diácono y persona.
  • Nací en San Miguel (Santiago) el día de difuntos de 1941; mi padre, Ángel Custodio, obrero agrícola en aquella época, emigrante en busca de mejores horizontes laborales en la gran ciudad, ya era padre de mis dos hermanas mayores —Elsa e Hilia— nacidas del matrimonio con mi madre, Rosalba a la que había conocido en la ciudad de Los Ángeles cuando ella era nana en la casa de sus patrones. A mi madre no la conocí, pues murió a los pocos días de haber yo nacido (pero no por mi culpa, ¿eh?). A cambio de ella, tuve a la mamá Yuda, segunda esposa de mi padre, con la que el viejo se casó cuando yo no tenía aún un año: imagino que de ese matrimonio sí fui yo en gran medida responsable (mi papá no sabía cómo cambiarme los pañales). Tuve siete hermanos más: cuatro fueron mujeres, una ya fallecida. Estudié en Santiago, en la Escuela República de Colombia, y la educación media (Humanística en esos tiempos) en los Liceos Diego Portales, de Hombres Nº 6, y finalicé mis estudios en el Instituto-Liceo Nocturno de San Miguel mientras trabajaba como empleado de ventas en la misma curtiembre en que mi padre era obrero especializado. Careciendo de recursos económicos para seguir estudios universitarios, obtuve un empleo como auxiliar administrativo en la tesorería provincial de Llanquihue, en Puerto Montt, en 1960, el año del terremoto. Aquí conocí a mi esposa, doña Pepita, cuando ambos colaborábamos en la Juventud Estudiantil Católica (JEC). Nos casamos en 1963. Tenemos cuatro hijos, de cuyos matrimonios hemos recibido 11 nietos más otro que viene en camino. Después de varios intentos de terminar carreras universitarias (obstetricia, ingeniería en alimentos marinos, administración) logré, ya harto viejito, mi título de Profesor de Estado en la universidad de Playa Ancha (UPLA). Durante la realización del Concilio Vaticano II, fui invitado por el arzobispo don Alberto Rencoret a integrar como secretario la Comisión del Primer Sínodo Arquidiocesano, junto al Padre Piccardo, sor Atiliana y sor Francisca (la Panchita), franciscanas, y don Alfredo Espinosa, que era Redactor de El Llanquihue. En 1970 fui llamado por el arzobispo Rencoret para el diaconado permanente, restablecido por el Concilio. Fui ordenado el 24 de mayo de 1970 por el mismo arzobispo Rencoret junto al Padre Piccardo, en la Parroquia San Alberto de Crucero, siendo párroco Juanito Espinoza. Como diácono me ha correspondido prestar servicios en distintas parroquias y comunidades. El servicio más prolongado (25 años) ha sido en la Casa San José, junto al fallecido Padre Benedicto Piccardo. Allí sigo aún, con la gracia de Dios y la paciencia (santa paciencia) de las monjitas del San José, y colaborando en la catequesis familiar del Colegio Arriarán Barros.