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LA PALABRA INVITA

LA PALABRA INVITA

jueves, 12 de abril de 2007

PRIMER ENCUENTRO SEGUNDO AÑO


JESÚS NOS INVITA A REINICIAR RENOVADOS EL CAMINO.

Nota: Este es el primer encuentro desde el año pasado, y ocurre en un tiempo muy especial para los cristianos, y en particular, para los católicos: la Iglesia celebra jubilosa la Resurrección del Señor Jesús. La bienvenida deberá estar impregnada de este espíritu de alegría y de compromiso de vivir una Pascua distinta porque nosotros somos distintos ahora que estamos liberados de la carga del pecado y de la oscuridad de la muerte.

Ambientación: Una imagen de Cristo Resucitado, o simplemente del rostro de Cristo, y un cirio ojalá adornado, al modo del Cirio Pascual.



ACOGIDA: Saludos: Recordemos que hubo de omitirse la Celebración correspondiente a la imposición de cenizas, pues Cuaresma fue vivido con anterioridad al inicio de actividades, Por ello será bueno recibir a cada uno con alguna palabra especial, llamándolo por su nombre (Jesús llamó por su nombre a María de Magdala, y la voz del Señor permitió su reconocimiento y la alegría de la mujer).

ORACIÓN:

Monición: Cristo Resucitado nos invita hoy a caminar junto él para que, iluminados por su Espíritu Santo, recordemos lo que aprendimos el año pasado y nos animemos unos a otros a mantenernos constantes y fieles.

Canto: “Resucitó…, resucitó…, resucitó: ¡Aleluya!…”
Testimonios: Alguno de los niños/papás es invitado a dar gracias por el reinicio de estos encuentros.

Oración: Nos imaginamos la alegría de la Virgen al reencontrarse con su Hijo. Por ello le pedimos que nos ayude a reencontrarnos durante este año como esposos y padres y también como amigos de todos, a imitación de la Familia de Nazareth.

Para qué nos reunimos: para escuchar el llamado que nos hace Jesús a reiniciar la marcha iniciada el año pasado y que se resumió durante la Cuaresma pasada:

  • ¿Nos sentimos, realmente, convertidos? ¿Qué signos de conversión personal auto observamos?

I. EXAMEN DE NUESTRA VIDA

  • Recordemos las etapas de nuestra catequesis anterior:

  1. Jesús nos llama de distintas maneras a ser sus discípulos.
  2. Jesús nos recuerda la responsabilidad de nuestro ministerio de padres.
  3. Jesús nos recuerda y enseña cómo el Espíritu de Dios está en nosotros y actúa por medio de nosotros.
  4. Jesús se nos entrega como síntesis del antiguo testamento que finaliza la Antigua Alianza e inicia la Nueva Alianza por medio de María: Jesús es Hombre y es Hijo de Dios.
  5. Jesús es nuestro Maestro, que nos enseña con su Palabra (Evangelio) con una pedagogía de amor, atenta solicitud y extremado servicio: entrega su propia vida en testimonio de su Evangelio.

  • ¿De qué manera asimilamos en nuestra vida esas enseñanzas?

II. DIOS ILUMINA NUESTRA VIDA

Evangelio según San Lucas 24,13-35. Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron". Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?" Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?". En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!". Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Reflexión del grupo:

  • ¿Sabemos nosotros qué pasó en Jerusalén?
  • ¿Qué recordamos de la Cuaresma y de la Semana Santa?
  • ¿Cómo culminó el Domingo pasado?
  • ¿Qué parecidos y diferencias encontramos entre la celebración de la Pascua Judía y nuestra Pascua de Resurrección?
  • ¿Qué relación se nos ocurre puede existir entre los acontecimientos de la cuaresma y de la Semana Santa y la Eucaristía?

Momento para orar: Se sugiere que se motive a pedir la Luz para comprender el misterio del Sacrificio de Jesús y para iluminar el camino en esta etapa final de la preparación a la Primera Eucaristía de nuestros hijos.

Compromiso para la semana:

Repasar en familia las etapas vividas durante la Semana Santa y cumplir las tareas del Cuaderno del Niño correspondientes a los encuentros 2 y 3.

RESPÓNDAME, POR FAVOR...! Respuestas a una niña

1) ¿Qué valores le entrega su carrera (diaconado)?
  • Antes de nada, debes tener en cuenta que esta profesión no es como las otras profesiones. Es de ejercicio libre y voluntario, pero hay una dependencia de un Patrón que está permanentemente observando qué hacemos y cómo lo hacemos. No es remunerado con un salario, pero se obtienen a cambio muchas compensaciones espirituales que, a la larga, redundan en la calidad de los beneficios materiales (recibidos como "sobre sueldos", je-je!). De esta condición laboral, se disfrutan los siguientes valores (entre otros):
  • espíritu de servicio: que es muy propio del diácono (que, en griego, significa "el que sirve")
  • espíritu de pobreza: pues el servicio del diácono debe ser gratuito para quienes lo reciben
  • espíritu de solidaridad: es un servicio que supone hacer míos las necesidades y carencias de los demás
  • espíritu de fraternidad: pues en el conocimiento del otro uno descubre cuán semejante es a uno mismo y cómo son de comunes los destinos y las angustias que surgen en el camino
  • espíritu de superación y de crecimiento: pues siempre debemos estar dispuestos a mejorar nuestra capacidad de servicio para así cumplir de la mejor forma posible nuestro trabajo
  • espíritu de paciencia y de constancia: pues casi nunca los resultados de nuestro servicio se producen de inmediato
  • espíritu de desprendimiento y de abnegación: pues siempre deberemos estar dispuestos a renunciar a bienes o derechos personales si ellos dificultan nuestra labor de servir a quien lo necesita.
En fin, todo esto potencia un gran y central valor: amarse a uno mismo y amar a los demás de una forma similar.

2) ¿Ha tenido alguna desilusión con respecto a su carrera?
  • Sí; pues como soy simplemente un hombre, casi siempre espero resultados espectaculares de mi trabajo. Y como no hay tales resultados espectaculares, a menudo caigo en la decepción.
3) ¿Cómo ha sido el trayecto de su carrera?
  • Digo que esencialmente azaroso, pues ha estado jalonado de alegrías y tristezas; de auxilios inesperados y de largos períodos de soledad e incertidumbre.
4) ¿Cuál ha sido su mayor decisión? ¿Le tomó mucho tiempo esta decisión?

La mayor decisión que he tomado —pues cambió mi vida para siempre— fue la de aceptar el llamado o invitación a ser un diácono. Esta invitación llegó repentinamente, inesperadamente; y la decisión de aceptarla fue igualmente rápida: según algunos, actué precipitadamente. Con el tiempo, uno entiende que un llamado o invitación de esta especie no es para ser meditado y darle vueltas y vueltas: se toma o se deja. Y cualquiera que sea la decisión, ésta es para siempre.

5) ¿Por qué decidió ser diácono?
  • Hoy pienso que fue por simple vanagloria, por sentirme más capaz que otros para cambiar tanta cosa mala que creía existía en el mundo. Presumía que, de acuerdo con aquello que se dice de que "en el país de los ciegos el tuerto es rey", ser diácono era como un traje a mi medida y merecimiento. Pero, desde los primeros pasos, entendí que talvez Dios llama al diaconado no a quienes tienen más para dar sino a quienes tenemos mucho que recibir.
6) ¿Qué sintió cuando le dijeron que era diácono?
  • ¡Ah! Como en aquella época era todavía muy lolo, traducido al lenguaje de los lolos de hoy, ganas de gritar: "¡Toma, cachito de goma!". De puro vanidoso, no más. ¿Te imaginai lo que es ser el primero en recibir un título profesional de estas características? Como dirían ahora, me sentí "la raja" ; pero pronto aprendí que no era para sentirse así, pues ya en las primeras tareas ministeriales tuve que reconocer que era caleta de indigno. Y aún sigo siéndolo: "siervo inútil… capaz de hacer nada más que lo que tengo que hacer". Nada extraordinario. Más bien, corrientoncito.
7) ¿Qué antivalores ha notado en su carrera?
  • ¡Puf! Creo que, como a San Juan, me faltaría espacio para enumerarlos. Tanto en lo personal, como en la iglesia misma y, desde luego, en el mundo circundante: egoísmo, personalismo, envidia, rencor, animosidad, incomprensión, afán de notoriedad, de poder, ambiciones materiales… Mejor no sigamos, ¿ya?
8) ¿Qué lo incentivó a ser diácono?
  • Tuve modelos de buenos servidores muy próximos: mi familia, en la que descollaron mis padres, siempre atentos a las necesidades de los demás y dispuestos a extender sus manos auxiliadoras. También los amigos que tuve (Sigisfredo, Juan Alberto, Luchín, la Chila, Alicia, Berenice, ¡la señorita Ita —quien me enseñó a leer y a escribir cuando tenía yo sólo cuatro añitos— y su hermana la Esperancita!, mis profesores doña Berta, doña Alicia (de quien estaba yo enamorado ya a mis 7 años), don Pedro (marxista y ateo, pero ¡qué buen cristiano, sin saberlo él!), el señor Barbieris (mi paternal profesor de francés, siempre alternando su cátedra con la transmisión de valores), don Ítalo (mi profesor de Física y Matemática, amistoso y jovial dentro de su italiana estructura de gigante), la Estercita (¡ah, que linda era, mi profesora de Castellano y Literatura, qué suerte tuve de pololear con ella en mi último año de estudiante de educación media en el Liceo Nocturno); el Padre Alfredo, el cura Bernardino, el padre Gonzalo, los padres Juan y Nelson…, el arzobispo don Alberto Rencoret, ¡y especialmente el padre Benedicto, tan querido y recordado!, las monjitas franciscanas —la Panchita, la Atiliana, la Jesuina, la Rosa María y la María Rosa—. Más cercanamente, mi esposa y su querida familia gracias a ella, doña Pepita, y mis cuatro hijos pequeñitos en esa época pero igual de buenos enseñadores… En, fin, la lista es larga, larguísima, caleta de modelos, como puedes ver: ¿qué podía hacer sino contagiarme de su espíritu de servicio sin medida?
9) Una pequeña autobiografía de usted como diácono y persona.
  • Nací en San Miguel (Santiago) el día de difuntos de 1941; mi padre, Ángel Custodio, obrero agrícola en aquella época, emigrante en busca de mejores horizontes laborales en la gran ciudad, ya era padre de mis dos hermanas mayores —Elsa e Hilia— nacidas del matrimonio con mi madre, Rosalba a la que había conocido en la ciudad de Los Ángeles cuando ella era nana en la casa de sus patrones. A mi madre no la conocí, pues murió a los pocos días de haber yo nacido (pero no por mi culpa, ¿eh?). A cambio de ella, tuve a la mamá Yuda, segunda esposa de mi padre, con la que el viejo se casó cuando yo no tenía aún un año: imagino que de ese matrimonio sí fui yo en gran medida responsable (mi papá no sabía cómo cambiarme los pañales). Tuve siete hermanos más: cuatro fueron mujeres, una ya fallecida. Estudié en Santiago, en la Escuela República de Colombia, y la educación media (Humanística en esos tiempos) en los Liceos Diego Portales, de Hombres Nº 6, y finalicé mis estudios en el Instituto-Liceo Nocturno de San Miguel mientras trabajaba como empleado de ventas en la misma curtiembre en que mi padre era obrero especializado. Careciendo de recursos económicos para seguir estudios universitarios, obtuve un empleo como auxiliar administrativo en la tesorería provincial de Llanquihue, en Puerto Montt, en 1960, el año del terremoto. Aquí conocí a mi esposa, doña Pepita, cuando ambos colaborábamos en la Juventud Estudiantil Católica (JEC). Nos casamos en 1963. Tenemos cuatro hijos, de cuyos matrimonios hemos recibido 11 nietos más otro que viene en camino. Después de varios intentos de terminar carreras universitarias (obstetricia, ingeniería en alimentos marinos, administración) logré, ya harto viejito, mi título de Profesor de Estado en la universidad de Playa Ancha (UPLA). Durante la realización del Concilio Vaticano II, fui invitado por el arzobispo don Alberto Rencoret a integrar como secretario la Comisión del Primer Sínodo Arquidiocesano, junto al Padre Piccardo, sor Atiliana y sor Francisca (la Panchita), franciscanas, y don Alfredo Espinosa, que era Redactor de El Llanquihue. En 1970 fui llamado por el arzobispo Rencoret para el diaconado permanente, restablecido por el Concilio. Fui ordenado el 24 de mayo de 1970 por el mismo arzobispo Rencoret junto al Padre Piccardo, en la Parroquia San Alberto de Crucero, siendo párroco Juanito Espinoza. Como diácono me ha correspondido prestar servicios en distintas parroquias y comunidades. El servicio más prolongado (25 años) ha sido en la Casa San José, junto al fallecido Padre Benedicto Piccardo. Allí sigo aún, con la gracia de Dios y la paciencia (santa paciencia) de las monjitas del San José, y colaborando en la catequesis familiar del Colegio Arriarán Barros.