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LA PALABRA INVITA

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martes, 1 de mayo de 2007

RENOVADOS POR EL ESPÍRITU PARA CAMBIAR EL MUNDO

SEGUNDO AÑO CATEQUESIS FAMILIAR
FICHA DE INTEGRACIÓN ENCUENTROS 6 – 7 — 8

RENOVADOS POR EL ESPÍRITU PARA CAMBIAR EL MUNDO

Nuestro tercer encuentro se verifica en el comienzo de la Quinta Semana de Pascua, preparándonos ya al momento en que el Señor ascenderá hasta la Casa del Padre, momento en que culminará su permanencia (física-humana-tangible) entre nosotros. Y es un tiempo en que debemos prepararnos a gozar de su presencia esencialmente espiritual. Es un tiempo para creer en él sin verlo, y alcanzar esa bienaventuranza de la fe sin pragmatismo advertida al apóstol Tomás. Es un tiempo que, a la vez, nos prepara para confirmar con madurez que creemos en que Jesucristo es el Señor, que se hizo hombre por nosotros, que nos regaló su Palabra —que es la Palabra de su Padre— para que creyendo en ella nos convirtamos a la vivencia plena de su Espíritu, que es, precisamente, espíritu de resurrección, de vida eterna. Esta promesa es universal. Pero requiere de nuestra aceptación a la invitación que él nos hace, aceptar querer cambiarnos, renovarnos y seguirle en la tarea de evangelizar el mundo, de convertir a todo el mundo, a toda la creación. En este encuentro revisaremos tres momentos fundamentales en esta renovación espiritual:
1, Jesús nos regala el bautismo con el que quiere comunicarnos la Vida Nueva que ha brotado con su Muerte y Resurrección.
2. Este regalo conlleva una invitación a comprometernos a una vida unida a él como el Cristo Resucitado que seguirá viviendo en el mundo en nuestra propia vida.
3. Que este compromiso tan grande y de tan enorme responsabilidad no debe atemorizarnos, pues el propio Jesús nos da su Espíritu Santo con una luz y una fuerza que vencerá toda oscuridad y toda adversidad.

Ambientación: Una imagen de Jesús recibiendo el bautismo de Juan en el río Jordán.

ACOGIDA: Saludos: Recibamos a cada uno con el saludo de Jesús Resucitado: “La paz sea contigo”, e invitémosles a saludarse unos a otros con esa misma expresión, recordando que esa es la enseñanza de Jesús, cuando envió a sus discípulos a difundir el Evangelio: “Allí donde lleguéis, saludad deseando la paz…” (cfr. Mt 10,12).
Podemos reforzar esta disposición a tranquilizarnos interiormente con algún cántico ad hoc.

“Evenu Shalom Alehem…”, “La paz esté con vosotros…”

(Que sea en los dos idiomas: en hebreo, que es como lo cantaban en las primeras comunidades cristianas, y en nuestro propio idioma, como un signo de universalidad de este signo fraterno.)

ORACIÓN:

Monición: Jesús Resucitado nos invitó a seguirlo apenas nacimos a la vida; hoy queremos decirle que deseamos escuchar su palabra, poniendo paz en nuestro interior, y deseando la paz a nuestros prójimos, pues muchas veces él se vale de nosotros mismos para comunicar su verdad a quienes la buscan con corazón sincero.

Testimonios: Alguno de los niños/papás es invitado a dar gracias por el este don de la paz sin la cual no es posible escuchar y entender con claridad la palabra de Dios.

Oración: Nos imaginamos lo hermoso que sería sentirnos en paz, armonía y amistad con nosotros mismos y con los demás. “Oración simple”, atribuida a San Francisco.

¿Para qué nos reunimos hoy?: Para escuchar nuestras reflexiones en torno a la experiencia del Espíritu Santo actuando en nuestras vidas.

I. DIOS ILUMINA NUESTRA VIDA

  • ¿Qué es para nosotros el Espíritu Santo?
  • ¿Cuándo hemos recibido el Espíritu Santo? ¿En qué signos y sacramentos está presente?
  • ¿Qué recordamos del sacramento del bautismo? ¿Qué es el bautismo?

Recordemos estas palabras de Jesús, ya vistas en nuestro anterior encuentro: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.” (Jn 20,21-22). También en el Evangelio encontramos estas palabras de Jesús: “El que crea y se bautice, se salvará…” (Mc 16,16). Y también éstas: “Vayan… y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes hasta el fin de la historia.” (Mt 28,19-20).
(Información adicional: Es conveniente leer el Capítulo 3 del Evangelio de Mateo, que nos presenta el anuncio de Juan el bautista y el propio bautismo de Jesús).

  • Algunos marcadores de los hechos vistos en los textos sagrados anteriores:

1. Jesús se somete como uno más, al llamado de Juan a la conversión, mediante el bautismo del agua.
2. Juan ha anunciado que Jesús traerá un bautismo de Espíritu Santo y fuego.
3. Jesús ratifica los dichos de Juan de que sólo quien crea (se convierta) y se bautice se salvará.
4. Jesús nos designa sus continuadores en la Evangelización y en el Bautismo.
5. Jesús nos da su paz y nos comunica su Espíritu, es el mismo Espíritu que se manifiesta sobre Jesús en el Jordán.
6. Jesús nos llama a confiar en Él.
7. Jesús, el Cristo Viviente, nos comunica su propia vida resucitada.

II. ¿De qué manera asimilamos en nuestra vida esas enseñanzas?

Reflexión del grupo: (Ayudarse con las pauta de “Dios ilumina nuestras vidas” de las pág. 23 y 25 Guión del Catequista de “Al encuentro del Dios vivo”)

  • ¿En qué hechos —actuales— validamos nuestro compromiso bautismal?
  • ¿Cuál creemos que es nuestra misión (personal y colectiva) en la evangelización del mundo de hoy?
  • ¿Qué pensamos acerca de la invitación a la conversión?
  • ¿De qué manera podemos ser mensajeros de paz y de la acción del Espíritu?
  • ¿Cómo vivimos AHORA, EN NUESTRA FAMILIA? ¿Vivimos en paz o en discordia?
  • ¿Qué relación se nos ocurre puede existir entre el Espíritu de Cristo y la Eucaristía?

Momento para orar: Se sugiere que se motive a pedir el don de la paz que comunica el Espíritu Santo en los hechos cotidianos.

Compromiso para la semana:

Compartir en familia las reflexiones hechas en este encuentro y hacer un resumen integrador en torno al tema “La Paz que nos comunica el Espíritu de Jesús será desde ahora el signo de convivencia familiar”, y cumplir las tareas del Cuaderno del Niño correspondientes a los encuentros 6, 7 y 8.

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RESPÓNDAME, POR FAVOR...! Respuestas a una niña

1) ¿Qué valores le entrega su carrera (diaconado)?
  • Antes de nada, debes tener en cuenta que esta profesión no es como las otras profesiones. Es de ejercicio libre y voluntario, pero hay una dependencia de un Patrón que está permanentemente observando qué hacemos y cómo lo hacemos. No es remunerado con un salario, pero se obtienen a cambio muchas compensaciones espirituales que, a la larga, redundan en la calidad de los beneficios materiales (recibidos como "sobre sueldos", je-je!). De esta condición laboral, se disfrutan los siguientes valores (entre otros):
  • espíritu de servicio: que es muy propio del diácono (que, en griego, significa "el que sirve")
  • espíritu de pobreza: pues el servicio del diácono debe ser gratuito para quienes lo reciben
  • espíritu de solidaridad: es un servicio que supone hacer míos las necesidades y carencias de los demás
  • espíritu de fraternidad: pues en el conocimiento del otro uno descubre cuán semejante es a uno mismo y cómo son de comunes los destinos y las angustias que surgen en el camino
  • espíritu de superación y de crecimiento: pues siempre debemos estar dispuestos a mejorar nuestra capacidad de servicio para así cumplir de la mejor forma posible nuestro trabajo
  • espíritu de paciencia y de constancia: pues casi nunca los resultados de nuestro servicio se producen de inmediato
  • espíritu de desprendimiento y de abnegación: pues siempre deberemos estar dispuestos a renunciar a bienes o derechos personales si ellos dificultan nuestra labor de servir a quien lo necesita.
En fin, todo esto potencia un gran y central valor: amarse a uno mismo y amar a los demás de una forma similar.

2) ¿Ha tenido alguna desilusión con respecto a su carrera?
  • Sí; pues como soy simplemente un hombre, casi siempre espero resultados espectaculares de mi trabajo. Y como no hay tales resultados espectaculares, a menudo caigo en la decepción.
3) ¿Cómo ha sido el trayecto de su carrera?
  • Digo que esencialmente azaroso, pues ha estado jalonado de alegrías y tristezas; de auxilios inesperados y de largos períodos de soledad e incertidumbre.
4) ¿Cuál ha sido su mayor decisión? ¿Le tomó mucho tiempo esta decisión?

La mayor decisión que he tomado —pues cambió mi vida para siempre— fue la de aceptar el llamado o invitación a ser un diácono. Esta invitación llegó repentinamente, inesperadamente; y la decisión de aceptarla fue igualmente rápida: según algunos, actué precipitadamente. Con el tiempo, uno entiende que un llamado o invitación de esta especie no es para ser meditado y darle vueltas y vueltas: se toma o se deja. Y cualquiera que sea la decisión, ésta es para siempre.

5) ¿Por qué decidió ser diácono?
  • Hoy pienso que fue por simple vanagloria, por sentirme más capaz que otros para cambiar tanta cosa mala que creía existía en el mundo. Presumía que, de acuerdo con aquello que se dice de que "en el país de los ciegos el tuerto es rey", ser diácono era como un traje a mi medida y merecimiento. Pero, desde los primeros pasos, entendí que talvez Dios llama al diaconado no a quienes tienen más para dar sino a quienes tenemos mucho que recibir.
6) ¿Qué sintió cuando le dijeron que era diácono?
  • ¡Ah! Como en aquella época era todavía muy lolo, traducido al lenguaje de los lolos de hoy, ganas de gritar: "¡Toma, cachito de goma!". De puro vanidoso, no más. ¿Te imaginai lo que es ser el primero en recibir un título profesional de estas características? Como dirían ahora, me sentí "la raja" ; pero pronto aprendí que no era para sentirse así, pues ya en las primeras tareas ministeriales tuve que reconocer que era caleta de indigno. Y aún sigo siéndolo: "siervo inútil… capaz de hacer nada más que lo que tengo que hacer". Nada extraordinario. Más bien, corrientoncito.
7) ¿Qué antivalores ha notado en su carrera?
  • ¡Puf! Creo que, como a San Juan, me faltaría espacio para enumerarlos. Tanto en lo personal, como en la iglesia misma y, desde luego, en el mundo circundante: egoísmo, personalismo, envidia, rencor, animosidad, incomprensión, afán de notoriedad, de poder, ambiciones materiales… Mejor no sigamos, ¿ya?
8) ¿Qué lo incentivó a ser diácono?
  • Tuve modelos de buenos servidores muy próximos: mi familia, en la que descollaron mis padres, siempre atentos a las necesidades de los demás y dispuestos a extender sus manos auxiliadoras. También los amigos que tuve (Sigisfredo, Juan Alberto, Luchín, la Chila, Alicia, Berenice, ¡la señorita Ita —quien me enseñó a leer y a escribir cuando tenía yo sólo cuatro añitos— y su hermana la Esperancita!, mis profesores doña Berta, doña Alicia (de quien estaba yo enamorado ya a mis 7 años), don Pedro (marxista y ateo, pero ¡qué buen cristiano, sin saberlo él!), el señor Barbieris (mi paternal profesor de francés, siempre alternando su cátedra con la transmisión de valores), don Ítalo (mi profesor de Física y Matemática, amistoso y jovial dentro de su italiana estructura de gigante), la Estercita (¡ah, que linda era, mi profesora de Castellano y Literatura, qué suerte tuve de pololear con ella en mi último año de estudiante de educación media en el Liceo Nocturno); el Padre Alfredo, el cura Bernardino, el padre Gonzalo, los padres Juan y Nelson…, el arzobispo don Alberto Rencoret, ¡y especialmente el padre Benedicto, tan querido y recordado!, las monjitas franciscanas —la Panchita, la Atiliana, la Jesuina, la Rosa María y la María Rosa—. Más cercanamente, mi esposa y su querida familia gracias a ella, doña Pepita, y mis cuatro hijos pequeñitos en esa época pero igual de buenos enseñadores… En, fin, la lista es larga, larguísima, caleta de modelos, como puedes ver: ¿qué podía hacer sino contagiarme de su espíritu de servicio sin medida?
9) Una pequeña autobiografía de usted como diácono y persona.
  • Nací en San Miguel (Santiago) el día de difuntos de 1941; mi padre, Ángel Custodio, obrero agrícola en aquella época, emigrante en busca de mejores horizontes laborales en la gran ciudad, ya era padre de mis dos hermanas mayores —Elsa e Hilia— nacidas del matrimonio con mi madre, Rosalba a la que había conocido en la ciudad de Los Ángeles cuando ella era nana en la casa de sus patrones. A mi madre no la conocí, pues murió a los pocos días de haber yo nacido (pero no por mi culpa, ¿eh?). A cambio de ella, tuve a la mamá Yuda, segunda esposa de mi padre, con la que el viejo se casó cuando yo no tenía aún un año: imagino que de ese matrimonio sí fui yo en gran medida responsable (mi papá no sabía cómo cambiarme los pañales). Tuve siete hermanos más: cuatro fueron mujeres, una ya fallecida. Estudié en Santiago, en la Escuela República de Colombia, y la educación media (Humanística en esos tiempos) en los Liceos Diego Portales, de Hombres Nº 6, y finalicé mis estudios en el Instituto-Liceo Nocturno de San Miguel mientras trabajaba como empleado de ventas en la misma curtiembre en que mi padre era obrero especializado. Careciendo de recursos económicos para seguir estudios universitarios, obtuve un empleo como auxiliar administrativo en la tesorería provincial de Llanquihue, en Puerto Montt, en 1960, el año del terremoto. Aquí conocí a mi esposa, doña Pepita, cuando ambos colaborábamos en la Juventud Estudiantil Católica (JEC). Nos casamos en 1963. Tenemos cuatro hijos, de cuyos matrimonios hemos recibido 11 nietos más otro que viene en camino. Después de varios intentos de terminar carreras universitarias (obstetricia, ingeniería en alimentos marinos, administración) logré, ya harto viejito, mi título de Profesor de Estado en la universidad de Playa Ancha (UPLA). Durante la realización del Concilio Vaticano II, fui invitado por el arzobispo don Alberto Rencoret a integrar como secretario la Comisión del Primer Sínodo Arquidiocesano, junto al Padre Piccardo, sor Atiliana y sor Francisca (la Panchita), franciscanas, y don Alfredo Espinosa, que era Redactor de El Llanquihue. En 1970 fui llamado por el arzobispo Rencoret para el diaconado permanente, restablecido por el Concilio. Fui ordenado el 24 de mayo de 1970 por el mismo arzobispo Rencoret junto al Padre Piccardo, en la Parroquia San Alberto de Crucero, siendo párroco Juanito Espinoza. Como diácono me ha correspondido prestar servicios en distintas parroquias y comunidades. El servicio más prolongado (25 años) ha sido en la Casa San José, junto al fallecido Padre Benedicto Piccardo. Allí sigo aún, con la gracia de Dios y la paciencia (santa paciencia) de las monjitas del San José, y colaborando en la catequesis familiar del Colegio Arriarán Barros.