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LA PALABRA INVITA

LA PALABRA INVITA

lunes, 16 de abril de 2007

SEGUNDO ENCUENTRO SEGUNDO AÑO

JESÚS NOS INVITA A BUSCARLO PARA VIVIR CON ÉL.

Este es el segundo encuentro relacionado con el signo central de nuestra fe: Cristo ha muerto como ofrenda por la remisión de nuestros pecados. El pecado es la muerte. La remisión o perdón del pecado es retornar a la vida: es resucitar. Como se cantó en la Vigilia Pascual, Cristo condonó el recibo del antiguo pecado heredado por el pecado de soberbia de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y nos reconcilia con el Padre. Su Sangre derramada nos ha lavado, limpiado de esa carga original, y lo ha hecho en forma perfecta. Bautizados por el agua y el Espíritu que brotan abundantes del sacrificio de la Cruz, ya no será necesario, como pedía Pedro, que el Señor nos lave también la cabeza y el cuerpo entero. Ahora bastará con lavarse los pies, es decir aquellos pecados que en el recorrido del camino de regreso a la Casa del Padre, se van adhiriendo a nuestros pies (entiéndase: nuestra alma) y nos impiden llegar con el traje de bodas inmaculado al convite celestial. Jesús nos deja ese regalo como un encargo o misión específica de continuación de su ministerio diaconal a sus apóstoles (sacerdotes): hay que dejarse lavar mediante el sacramento de la reconciliación, porque quien no se deje lavar no podrá tener parte en la fiesta del eterno ágape a que somos invitados. Este tema que será retomado más adelante, en una forma específica, es transversal a toda la temática de nuestra catequesis, pues es la sustantivación de nuestro objetivo central: la conversión de todos los hombres.

Ambientación: Una imagen de Cristo Resucitado, o simplemente del rostro de Cristo, y un cirio ojalá adornado, al modo del Cirio Pascual.

ACOGIDA: Saludos: Siempre será bueno recibir a cada uno con alguna palabra especial, llamándolo por su nombre (Jesús llamó por su nombre a María de Magdala, y la voz del Señor permitió su reconocimiento y la alegría de la mujer. Esta vez, Jesús personalizará en su llamado a Tomás, a quien reprenderá con cariñosa severidad por su falta de fe: cada uno de nosotros es importante por sí mismo a los ojos de Dios).

ORACIÓN:

Monición: Cristo Resucitado nos invita hoy a iniciar un proceso personal y muy íntimo de conversión o reconversión (según las circunstancias particulares de cada uno), que no es posible realizar sin nuestra aceptación.

Canto: El alfarero: “Señor, yo quiero, nacer de nuevo; como el barro en las manos del alfarero…”

Testimonios: Alguno de los niños/papás es invitado a dar gracias por el este don del amor e infinita misericordia de Dios por nosotros.

Oración: Nos imaginamos lo hermoso que sería sentirnos liberados del recuerdo y la carga de nuestras faltas. Por ello, oramos con el acto de contrición implícito en la oración penitencial, la misma que recitamos en el comienzo de la Santa Misa.

¿Para qué nos reunimos hoy?: Para escuchar nuestras reflexiones en torno al acontecimiento de la Resurrección de Jesús:

  • ¿Creemos, de verdad, en la resurrección del Señor? ¿En qué basamos nuestras dudas y nuestras convicciones?

SEGUNDO AÑO CATEQUESIS FAMILIAR
FICHA DE INTEGRACIÓN ENCUENTROS 4 Y 5


I. DIOS ILUMINA NUESTRA VIDA EXAMEN DE NUESTRA VIDA

  • Leamos el texto de San Juan, con el que el evangelista cierra su versión del Evangelio, que nos narra la manifestación de Jesús resucitado a sus discípulos:

Evangelio según San Juan 20,19-31. Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

(Información adicional: el mismo Juan, cuando recibe en éxtasis las revelaciones del Apocalipsis, narra que Jesús se le presenta “el que vive”, así es que lo manifiesta con el “Cristo Viviente”. En los Hechos de los Apóstoles, se nos narra cómo la gente continúa recibiendo el amor y la misericordia de Cristo (en signos admirables) a través de sus apóstoles.)

  • Algunos marcadores de los hechos vistos en los textos sagrados anteriores:

1. Jesús demuestra con gestos concretos, tangibles, que él efectivamente ha resucitado.
2. Jesús nos designa sus continuadores en la Evangelización y en el Bautismo.
3. Jesús nos entrega el sacramento de la reconciliación.
4. Jesús nos da su paz y nos comunica su Espíritu.
5. Jesús nos llama a confiar en Él.
6. Jesús, el Cristo Viviente, nos comunica su propia vida resucitada.

II. ¿De qué manera asimilamos en nuestra vida esas enseñanzas?

Reflexión del grupo: (Ayudarse con las pauta de “Dios ilumina nuestras vidas” de las pág. 23 y 25 Guión del Catequista de “Al encuentro del Dios vivo”)

  • ¿En qué hechos —actuales— validamos nuestra fe en su resurrección?
  • ¿Cuál creemos que es nuestra misión (personal y colectiva) en la evangelización del mundo de hoy?
  • ¿Qué pensamos acerca del sacramento de la reconciliación?
  • ¿Qué es la paz del mundo y cuál la de Dios? ¿Es un don material o espiritual?
  • ¿Cómo pensamos que compartimos AHORA, EN ESTE MUNDO, la resurrección y la vida eterna de Cristo?
  • ¿Qué relación se nos ocurre puede existir entre el Cristo Viviente y la Eucaristía?

Momento para orar: Se sugiere que se motive a pedir el don de una fe siempre ronovada, en la observación y el descubrimiento de la presencia de Dios —el Cristo Viviente— en los hechos cotidianos.

Compromiso para la semana:

Compartir en familia las reflexiones hechas en este encuentro y hacer un resumen integrador en torno al tema “Jesús es parte de mi familia” y cumplir las tareas del Cuaderno del Niño correspondientes a los encuentros 4 y 5.

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RESPÓNDAME, POR FAVOR...! Respuestas a una niña

1) ¿Qué valores le entrega su carrera (diaconado)?
  • Antes de nada, debes tener en cuenta que esta profesión no es como las otras profesiones. Es de ejercicio libre y voluntario, pero hay una dependencia de un Patrón que está permanentemente observando qué hacemos y cómo lo hacemos. No es remunerado con un salario, pero se obtienen a cambio muchas compensaciones espirituales que, a la larga, redundan en la calidad de los beneficios materiales (recibidos como "sobre sueldos", je-je!). De esta condición laboral, se disfrutan los siguientes valores (entre otros):
  • espíritu de servicio: que es muy propio del diácono (que, en griego, significa "el que sirve")
  • espíritu de pobreza: pues el servicio del diácono debe ser gratuito para quienes lo reciben
  • espíritu de solidaridad: es un servicio que supone hacer míos las necesidades y carencias de los demás
  • espíritu de fraternidad: pues en el conocimiento del otro uno descubre cuán semejante es a uno mismo y cómo son de comunes los destinos y las angustias que surgen en el camino
  • espíritu de superación y de crecimiento: pues siempre debemos estar dispuestos a mejorar nuestra capacidad de servicio para así cumplir de la mejor forma posible nuestro trabajo
  • espíritu de paciencia y de constancia: pues casi nunca los resultados de nuestro servicio se producen de inmediato
  • espíritu de desprendimiento y de abnegación: pues siempre deberemos estar dispuestos a renunciar a bienes o derechos personales si ellos dificultan nuestra labor de servir a quien lo necesita.
En fin, todo esto potencia un gran y central valor: amarse a uno mismo y amar a los demás de una forma similar.

2) ¿Ha tenido alguna desilusión con respecto a su carrera?
  • Sí; pues como soy simplemente un hombre, casi siempre espero resultados espectaculares de mi trabajo. Y como no hay tales resultados espectaculares, a menudo caigo en la decepción.
3) ¿Cómo ha sido el trayecto de su carrera?
  • Digo que esencialmente azaroso, pues ha estado jalonado de alegrías y tristezas; de auxilios inesperados y de largos períodos de soledad e incertidumbre.
4) ¿Cuál ha sido su mayor decisión? ¿Le tomó mucho tiempo esta decisión?

La mayor decisión que he tomado —pues cambió mi vida para siempre— fue la de aceptar el llamado o invitación a ser un diácono. Esta invitación llegó repentinamente, inesperadamente; y la decisión de aceptarla fue igualmente rápida: según algunos, actué precipitadamente. Con el tiempo, uno entiende que un llamado o invitación de esta especie no es para ser meditado y darle vueltas y vueltas: se toma o se deja. Y cualquiera que sea la decisión, ésta es para siempre.

5) ¿Por qué decidió ser diácono?
  • Hoy pienso que fue por simple vanagloria, por sentirme más capaz que otros para cambiar tanta cosa mala que creía existía en el mundo. Presumía que, de acuerdo con aquello que se dice de que "en el país de los ciegos el tuerto es rey", ser diácono era como un traje a mi medida y merecimiento. Pero, desde los primeros pasos, entendí que talvez Dios llama al diaconado no a quienes tienen más para dar sino a quienes tenemos mucho que recibir.
6) ¿Qué sintió cuando le dijeron que era diácono?
  • ¡Ah! Como en aquella época era todavía muy lolo, traducido al lenguaje de los lolos de hoy, ganas de gritar: "¡Toma, cachito de goma!". De puro vanidoso, no más. ¿Te imaginai lo que es ser el primero en recibir un título profesional de estas características? Como dirían ahora, me sentí "la raja" ; pero pronto aprendí que no era para sentirse así, pues ya en las primeras tareas ministeriales tuve que reconocer que era caleta de indigno. Y aún sigo siéndolo: "siervo inútil… capaz de hacer nada más que lo que tengo que hacer". Nada extraordinario. Más bien, corrientoncito.
7) ¿Qué antivalores ha notado en su carrera?
  • ¡Puf! Creo que, como a San Juan, me faltaría espacio para enumerarlos. Tanto en lo personal, como en la iglesia misma y, desde luego, en el mundo circundante: egoísmo, personalismo, envidia, rencor, animosidad, incomprensión, afán de notoriedad, de poder, ambiciones materiales… Mejor no sigamos, ¿ya?
8) ¿Qué lo incentivó a ser diácono?
  • Tuve modelos de buenos servidores muy próximos: mi familia, en la que descollaron mis padres, siempre atentos a las necesidades de los demás y dispuestos a extender sus manos auxiliadoras. También los amigos que tuve (Sigisfredo, Juan Alberto, Luchín, la Chila, Alicia, Berenice, ¡la señorita Ita —quien me enseñó a leer y a escribir cuando tenía yo sólo cuatro añitos— y su hermana la Esperancita!, mis profesores doña Berta, doña Alicia (de quien estaba yo enamorado ya a mis 7 años), don Pedro (marxista y ateo, pero ¡qué buen cristiano, sin saberlo él!), el señor Barbieris (mi paternal profesor de francés, siempre alternando su cátedra con la transmisión de valores), don Ítalo (mi profesor de Física y Matemática, amistoso y jovial dentro de su italiana estructura de gigante), la Estercita (¡ah, que linda era, mi profesora de Castellano y Literatura, qué suerte tuve de pololear con ella en mi último año de estudiante de educación media en el Liceo Nocturno); el Padre Alfredo, el cura Bernardino, el padre Gonzalo, los padres Juan y Nelson…, el arzobispo don Alberto Rencoret, ¡y especialmente el padre Benedicto, tan querido y recordado!, las monjitas franciscanas —la Panchita, la Atiliana, la Jesuina, la Rosa María y la María Rosa—. Más cercanamente, mi esposa y su querida familia gracias a ella, doña Pepita, y mis cuatro hijos pequeñitos en esa época pero igual de buenos enseñadores… En, fin, la lista es larga, larguísima, caleta de modelos, como puedes ver: ¿qué podía hacer sino contagiarme de su espíritu de servicio sin medida?
9) Una pequeña autobiografía de usted como diácono y persona.
  • Nací en San Miguel (Santiago) el día de difuntos de 1941; mi padre, Ángel Custodio, obrero agrícola en aquella época, emigrante en busca de mejores horizontes laborales en la gran ciudad, ya era padre de mis dos hermanas mayores —Elsa e Hilia— nacidas del matrimonio con mi madre, Rosalba a la que había conocido en la ciudad de Los Ángeles cuando ella era nana en la casa de sus patrones. A mi madre no la conocí, pues murió a los pocos días de haber yo nacido (pero no por mi culpa, ¿eh?). A cambio de ella, tuve a la mamá Yuda, segunda esposa de mi padre, con la que el viejo se casó cuando yo no tenía aún un año: imagino que de ese matrimonio sí fui yo en gran medida responsable (mi papá no sabía cómo cambiarme los pañales). Tuve siete hermanos más: cuatro fueron mujeres, una ya fallecida. Estudié en Santiago, en la Escuela República de Colombia, y la educación media (Humanística en esos tiempos) en los Liceos Diego Portales, de Hombres Nº 6, y finalicé mis estudios en el Instituto-Liceo Nocturno de San Miguel mientras trabajaba como empleado de ventas en la misma curtiembre en que mi padre era obrero especializado. Careciendo de recursos económicos para seguir estudios universitarios, obtuve un empleo como auxiliar administrativo en la tesorería provincial de Llanquihue, en Puerto Montt, en 1960, el año del terremoto. Aquí conocí a mi esposa, doña Pepita, cuando ambos colaborábamos en la Juventud Estudiantil Católica (JEC). Nos casamos en 1963. Tenemos cuatro hijos, de cuyos matrimonios hemos recibido 11 nietos más otro que viene en camino. Después de varios intentos de terminar carreras universitarias (obstetricia, ingeniería en alimentos marinos, administración) logré, ya harto viejito, mi título de Profesor de Estado en la universidad de Playa Ancha (UPLA). Durante la realización del Concilio Vaticano II, fui invitado por el arzobispo don Alberto Rencoret a integrar como secretario la Comisión del Primer Sínodo Arquidiocesano, junto al Padre Piccardo, sor Atiliana y sor Francisca (la Panchita), franciscanas, y don Alfredo Espinosa, que era Redactor de El Llanquihue. En 1970 fui llamado por el arzobispo Rencoret para el diaconado permanente, restablecido por el Concilio. Fui ordenado el 24 de mayo de 1970 por el mismo arzobispo Rencoret junto al Padre Piccardo, en la Parroquia San Alberto de Crucero, siendo párroco Juanito Espinoza. Como diácono me ha correspondido prestar servicios en distintas parroquias y comunidades. El servicio más prolongado (25 años) ha sido en la Casa San José, junto al fallecido Padre Benedicto Piccardo. Allí sigo aún, con la gracia de Dios y la paciencia (santa paciencia) de las monjitas del San José, y colaborando en la catequesis familiar del Colegio Arriarán Barros.